Frecuentemente escuchamos decir que la felicidad está en las pequeñas cosas, pero ¿Qué tan verídico resulta este enunciado? ¿Existe plena conciencia al decirlo o solo son palabras predeterminadas que existen en nuestra gramática? ¿Somos capaces de descubrir esas grandezas que se esconden en lo cotidiano? ¿Qué son en realidad pequeñas cosas?
Las personas hablan de los pequeños detalles, pero renegamos la grandeza de las cosas ordinarias. No valoramos el tiempo de las personas y la grandeza de la propia presencia humana en la construcción de la vida.
Creo que esto explica porque disfrutamos ver un grupo de hombres y mujeres con súper poderes que intentan salvar el planeta. Ellos son los poderosos, los salvadores, los que pueden protegernos. Nos gustaría tenerlo con nosotros, requerimos de seres de otros planetas para que salven nuestro desorden.
El pueblo judío se negaba a aceptar la presencia del mesías porque había nacido de un carpintero y una mujer común. Esperaban un Dios mitológico o un Dios guerrero.
Despreciamos nuestra cotidianidad.
No creemos que de los jóvenes puedan venir grandes logros, y cuando lo hacen nos mostramos escépticos, cuestionamos y somos reiterativos en pisotear sus capacidades.
Somos conformistas. Creemos que nos merecemos cosas mejores, pero a la vez las hacemos muy lejos de nosotros y reservadas para los grandes, los poderosos.
Asignamos precio a nuestro cuerpo, mercantilizamos nuestros existir y permitimos que el consumismo oriente nuestra maratónica vida.
No somos merecedores de la vida porque siempre estamos juzgando el presente y creemos que el pasado siempre será mejor; al parecer nos gusta vivir en un pasado eterno.
Miremos hacia nuestros lados, dejemos de ir tan deprisa. Seamos coherente entre lo que pedimos, tenemos y esperamos. La grandeza de las pequeñas cosas se encuentran visibles en las personas comunes.
Ya lo dice el evangelio: «Si hay un lugar donde un profeta es despreciado, es en su tierra, entre su parentela y en su propia familia».