Permitiéndome entrar en un tema del cuál no soy experta, pero nada que YouTube no responda y que los del barrio no quieran compartir. Este juego de 28 fichas del cual solo recuerdo jugar para formar columnas y casitas, ese que me trae tanta nostalgia y que me lleva a pensar en un señor barrigón con su franela blanca y su destacada bermuda caqui; aquel señor yo lo llamaba “abuelo”, este era el más tigre jugando ya que no le faltaba nunca un ¡capicúa 25! los demás de la esquina le temían y lo admiraban y hasta el sol de hoy dicen haber aprendido una jugada con él.
Jugado no solo por los de los barrios, también lo practican los ricos, famosos, políticos y empresarios, todos con la intensión de despejar el ajetreo del diario vivir. El dominó es otro de los muchos inventos creados por los chinos y que los dominicanos amamos. Según investigaciones las primeras presencias de este juego aparecieron por el año 1119, mucho antes de que Cristóbal Colón les cambiara espejitos por oro a los Tainos.
El dominó, no es un juego difícil pues solo se necesita una mesa ya sea profesional o improvisada, cuatro jugadores o en su defecto mínimo dos. El dominó al estilo dominicano es cultura, diversión, discusión, botar el estrés, pasar el rato, aunque se dan los casos de quienes no gozan tanto pues no soportan estar de mirones o apuntadores, porque el que está jugando no quiere pararse hacer cola a esperar que llegue su turno.
Es que el dominó, aunque es fácil de jugar, -decía mi abuelo- tiene muchos movimientos que si no se calculan antes de tirar podrían causar desagrado y hasta enemistad de frente. Si los jugadores hacen algún movimiento o acotejan una ficha se interpreta como una seña y como expresa un gran pensador de mi sector, al parecer Dios dijo “hágase la trampa” e hizo el dominicano. Y es que, aunque en el dominó se juega para divertirse es común el “pintintin” que es una forma muy dominicana de jugar por apuestas de dinero o bebidas y este ambiente es inclinado a problemas y desgracias.
Mi abuelo decía que quien se sienta en la mesa y no bebe no juega. Los empresarios del negocio de alcohol deberían rendirle un honor a quien decidió poner espacio para los vasos a la mesa del dominó. Es que el dominó es la excusa perfecta para beber ya sea romo, cerveza o whisky en las esquinas, frente a los colmadones dónde los del coro se sientan y más si es un fin de semana, es el espacio perfecto para trancar juegos, matar dobles, cantar ¡Capicúa!, estrellar fichas y mencionar las listas de sabrosas y vulgares malas palabras, y mucho cuidado con quién miente la “Mai” de alguien para que no se arme tremenda revolución.
Los espectadores llamados mirones y el seleccionado para apuntar son personajes de la cultura del dominó dominicano, también está quien dice ser el maestro del juego pues se autoproclama el que más sabe, pero, solo está opinando y nunca jugando y por eso siempre se lleva su “cállate que tú ta’ afuera”.
El dominó también se presta para un buen cocinado, es que el dominicano es comelón de nacimiento, en una partida de dominó nunca falta el sancocho, un buen guiso de chivo o una guinea bien sazonada, todo depende de las preferencias gastronómicas de la localidad donde se juegue. Hay quienes son dominados, pero no por la partida, sino más bien por sus parejas, quienes no pueden ir solos a jugar o peor aún, son obligados a jugar con la doña de frente y temen perder, ya que esto podría acarrear que lo manden a dormir para los pies ¡por juega malo!
Hay dos cajas que siempre estarán presentes en un velatorio, la del muerto y la del dominó y sobre todo si el difunto era como mi abuelo un excelente jugador de “pintintin”. Es que un juego tan alegre, se convierte en un juego para disipar dolores y pesares. El dominó dominicano al igual que el perico ripiao, el mangú con los tres golpes, los villancicos de navidad, las peleas de gallos y otras muchas tradiciones forman parte de la cultural dominicana. El dominó es el jugo perfecto para crear amistades, romperlas, beber, comer, sufrir y siempre será algo que me hará recordar a mi querido abuelo barrigón.
Crystal Peña Perez
Estudiante de Contabilidad